A medida que iba cayendo la tarde, las sombras de los árboles se diluían en el piso de la habitación y los grandes ventanales custodiados por barrotes, daban paso a la penumbra, devorando minuto a minuto la luz de aquel día que estaba por extinguirse. El juego de luz y sombra se convertía en una gran mancha negra como la tinta que accidentalmente se derrama en un papel.
Ahi esta el, recorriendo ansiosamente su cuarto de un lado a otro, presa de la angustia, con la mirada perdida y chispeante; sus cejas parecen unirse en una línea horizontal y sus pasos resuenan como un tambor fúnebre, en el viejo parquet con algunas maderas sueltas que se golpean unas a otras.
No alterna los pies al caminar, da un paso y arrastra el otro y solo da el siguiente paso solo cuando se han juntado nuevamente. No hay sincronía, sino un sordo contratiempo.
Aprieta los puños con fuerza y su respiración se acelera, en ese momento tiene la certeza de estar vivo, de no ser un ensueño, pues siente como la sangre recorre su cuerpo y percibe una bomba en su pecho que la gente común llama corazón.
No usa reloj pero sabe de tiempo, después de 500 pasos a lo largo de su habitación, inevitablemente aparecerá el fulgor, ese que llega después de que la sombra lo ha cubierto por completo, el mismo de aquellos días cuando se perdía el sol, aquella luz que se reflejaba en sus pupilas enmarcadas por las cuencas hundidas de sus ojos.
El mismo fulgor que lo dejo en los huesos, lo acostumbró a no comer, haciendo más evidente su prominente nariz catalana, el que le dejó marcas de ráfagas y esquirlas por toda la cara, el que lo convirtió en ladrón, asesino, hermano del enemigo, cocinero, sepulturero. El que le robo la cordura 25 años atrás; y lo cegó aquella luz, y sintió aquel dolor envuelto en un sofocante olor a pólvora que invadió su existencia, de terror, de locura.
Olvido como leer, pero recuerda algunas palabras; árboles, desertores, muerte, manicomio soledad, y sabe que nadie en casa quizo volver a verle.
Son las 8:00 en punto, esta por completar la cuenta de 500 pasos. Los reflectores que iluminan la calle del manicomio se encienden automáticamente, subiendo de intensidad.
En el último paso de la cuenta, aterrado, se detiene en la angosta pared que separa un ventanal del otro, es el único lugar seguro para que el fulgor no lo deje ciego.
En el viejo parquet encuentra de nuevo, reflejados a sus amigos, los árboles, ahora no los ve como una sombra difuminada de la mañana, sino como unos seres de profunda negrura atrapados en los ventanales.
Inmóvil, y atrincherado en la pared cada noche se pregunta:
¿Qué habéis hecho? ¿Por qué sois vosotros los que estáis en la cárcel?...
Texto LdF solo después de escuchar "El fulgor/NVegas, introducción de TLiterario de Carmen Simón 2009. Pensando en Leopoldo Maria Panero y el dolor de la guerra.
Ahi esta el, recorriendo ansiosamente su cuarto de un lado a otro, presa de la angustia, con la mirada perdida y chispeante; sus cejas parecen unirse en una línea horizontal y sus pasos resuenan como un tambor fúnebre, en el viejo parquet con algunas maderas sueltas que se golpean unas a otras.
No alterna los pies al caminar, da un paso y arrastra el otro y solo da el siguiente paso solo cuando se han juntado nuevamente. No hay sincronía, sino un sordo contratiempo.
Aprieta los puños con fuerza y su respiración se acelera, en ese momento tiene la certeza de estar vivo, de no ser un ensueño, pues siente como la sangre recorre su cuerpo y percibe una bomba en su pecho que la gente común llama corazón.
No usa reloj pero sabe de tiempo, después de 500 pasos a lo largo de su habitación, inevitablemente aparecerá el fulgor, ese que llega después de que la sombra lo ha cubierto por completo, el mismo de aquellos días cuando se perdía el sol, aquella luz que se reflejaba en sus pupilas enmarcadas por las cuencas hundidas de sus ojos.
El mismo fulgor que lo dejo en los huesos, lo acostumbró a no comer, haciendo más evidente su prominente nariz catalana, el que le dejó marcas de ráfagas y esquirlas por toda la cara, el que lo convirtió en ladrón, asesino, hermano del enemigo, cocinero, sepulturero. El que le robo la cordura 25 años atrás; y lo cegó aquella luz, y sintió aquel dolor envuelto en un sofocante olor a pólvora que invadió su existencia, de terror, de locura.
Olvido como leer, pero recuerda algunas palabras; árboles, desertores, muerte, manicomio soledad, y sabe que nadie en casa quizo volver a verle.
Son las 8:00 en punto, esta por completar la cuenta de 500 pasos. Los reflectores que iluminan la calle del manicomio se encienden automáticamente, subiendo de intensidad.
En el último paso de la cuenta, aterrado, se detiene en la angosta pared que separa un ventanal del otro, es el único lugar seguro para que el fulgor no lo deje ciego.
En el viejo parquet encuentra de nuevo, reflejados a sus amigos, los árboles, ahora no los ve como una sombra difuminada de la mañana, sino como unos seres de profunda negrura atrapados en los ventanales.
Inmóvil, y atrincherado en la pared cada noche se pregunta:
¿Qué habéis hecho? ¿Por qué sois vosotros los que estáis en la cárcel?...
Texto LdF solo después de escuchar "El fulgor/NVegas, introducción de TLiterario de Carmen Simón 2009. Pensando en Leopoldo Maria Panero y el dolor de la guerra.
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